Aprovechando la semana que tuve de vacaciones en Navidad, y siguiendo con la idea de avanzar poco a poco en el reto dels “100 cims”, quedé con Jordi Pí para ir al Castell de Milany. Finalmente la propuesta tiene eco y se nos une más gente.
Ubicación
El castillo de Milany se encuentra en ruinas. Sus restos se encuentran sobre una roca a 1.525 m de altura, en el punto culminante de la sierra de Milany, en el entramado de serranías que forman parte de la sierra Transversal de Cataluña, entre el Pirinero y el Mediterráneo, en el nordeste de la región, en la comarca del Ripollés. Su altitud le permite dominar todas las sierras que rodean Milany, la sierra de Santa Magdalena, al este, con la que conecta a través del Puig de l’Obiol; la sierra de Puig Estela, al norte, al otro lado del valle de Vallfogona; las sierras de Bellmunt y Curull, al sur, y el valle del Ter, al oeste.
Historia
Del castillo sólo quedan los restos de un torreón sobre una roca de conglomerado redondeada de unos diez metros de altura. La documentación sobre el castillo se encuentra en el cercano monasterio de San Juan de las Abadesas. La primera vez que se menciona el lugar es hacia el año 918, en que se habla de la sierra de Melanno y en 962 cuando se cita el castro Melanno en la cesión de una propiedad. Los primeros señores del castillo fueron los condes de Besalú, cuando, en 1020, en el testamento del conde Bernat Tallaferro (Bernat I de Besalú) menciona el castell de Melanno que ha de heredar su hijo Guillem (Guillermo I de Besalú). En 1054, los señores eran Bernat Isarn y su mujer Amaltrudis, padres de Udalard y Guillermo. Udalardo se hace cargo del castillo hasta 1066. Le siguen Bertran Ponç de Milany en 1092, Udalard II en 1123 y Pere Udalard que, siendo muy pequeño, queda bajo la tutela de su tío materno Guillem Ramon de Montcada, el Gran Senescal, que presta fidelidad por éste y otros castillos a Ramon Berenguer III, conde de Barcelona en 1127.
Durante un tiempo, el castillo va cambiando de manos, hasta que Hug de Serrallonga le vende los derechos a los vizcondes de Bas. En 1280, Sibila de Ampurias vende los derechsos sobre el castillo, junto con Vallfogona y las parroquias de Llaés y Puigmal a Dalmau de Palol, pariente suyo, que en 1295 reconstruye el castillo.
En 1335, el castillo vuelve a los Milany por la recompra hecha por Raimon de Milany. En 1358, el castillo pertenece a Pere de Milany. Por esa época, es abandonado y sus señores pasan a vivir en Vallfogona. Durante la Guerra Civil Catalana, el señor era Francesc Calcerán de Pinós. En 1673, el castellano del castillo es Jaime Fernández de Híjar, pero ya era una ruina.
Las tierras pertenecientes al castillo abarcaban los términos de Vallfogona, al norte, y Vidrá, al sur, más una parte de las tierras del pequeño castillo de Llaers.
La excursión.
Tras un buen desayuno en “El Rei del Bacallà” dejamos los coches en Vidrà, desde donde partimos hacia el castillo por el GR. El camino se realiza en suave pendiente entre bosques de hayas y castaños, andamos sobre un manto de hojarasca, en algunos puntos traicionero, pues esconde piedras y agujeros de la vista, pero que da al paisaje un toque encantador. El día es espléndido, no hay ni una nube en el cielo y el contraste entre árboles desnudos, el ocre del suelo y el azul del cielo es muy bonito.
El GR es un poco lioso en algunos tramos y dado que vamos de cháchara, no tardamos en despistarnos y perderlo. Volvemos sobre nuestros pasos y reanudamos la marcha correctamente. Un pequeño empujón y llegamos al Puig de l’Obiol.
Más adelante nos encontramos con esta belleza de haya, que Jordi comenta que estaba de pie la anterior vez que el fue al castell.
Seguimos el GR hasta un punto en que tomamos una pequeña desviación a la derecha por un PR, para luego volver a encontrarnos con el GR y evitar una subida a una pequeña colina. Llegamos a la pista, al poco vemos ya lo que queda del Castell, al que llegamos tras subir una pequeña rampa.
La vista desde el cim es espectacular y se ve desde Montserrat al Canigó. Hace un poco de fresco así que retornamos por la pista (totalmente embarrada y no apta para circular), para no repetir camino.
A mitad de la vuelta paramos para reponer fuerzas. El vino no puede faltar.
Sin más llegamos al coche. Cervecita y vuelta para casa.