Como tenemos fiesta el día 9 de junio, aprovechamos para hacer una escapada y coronar La Pica d’Estats, que con sus 3143 m, es el pico más alto de toda Catalunya.
El primer día no salimos muy temprano, pues la idea es llegar al refugio de Pinet, en Francia, para hacer pico al día siguiente. La meteo nos es favorable y tenemos muchas ganas.
Tras un porrón de horas en coche, entre mareos y cabezadas, llegamos al parking de l’Artigue, lugar desde el que se inicia la ascensión hacia el refugio. Aquí comprobamos de nuevo que las mochilas pesan lo suyo, pues vamos cargados con raquetas (que se podían haber quedado en el coche tranquilamente) y grampones, además de todos los bártulos para dormir, ropa, etc…
Total, que tras maldecir la poca iniciativa de los lugareños por no poner un garito de alquiler de mulas low cost, empezamos la subida. Aunque hay un cartel tremendo que marca 3 horas al refu, hay que echarle por lo menos una más, ya que estamos en plena época de deshielo, por lo que hay ríos que cruzar y lenguas de nieve que retrasan mucho la subida.
El primer tramo discurre por un tupido bosque, lo que agradecemos mucho pues hace un calor que ni en Benidorm, y empezamos a subir a las 15 h, con el fresquito del mediodía.
Salimos del bosque y continuamos subiendo, ya con vistas espectaculares y siguiendo el GR, tan bien marcado que hasta probablemente yo no me perdería.
Aquí nos encontramos con el primer obstáculo que nos retrasa bastante: cruzar el río. El agua baja con fuerza y las piedras están muy resbaladizas. Unos los vemos claro por un paso más estrecho, pero el resto del grupo prefiere hacer la cabra y subir margen arriba hasta dar con un punto más asequible.
A medida que ganamos altura empiezan los problemas con las lenguas de nieve/hielo, que nos hacen subir campo a través y grimpar a ratos, cargando aún más las piernas.
El refu parece que no llega nunca: superamos pala tras pala, solo para descubrir que allí no hay nada. Por fin, cuando ya me entraban ganas de ponerme a llorar, tras un repecho, aparece la ansiada meta del día.
La vida se ve de otra manera una vez allí, con la mochila en la estantería y no en la espalda, unos cocodrilos zarrapastrosos en los pies… y una cerveza en el vaso. Sólo entonces nos damos cuenta de las maravillosas vistas que nos rodean.
Advertencia: ni se os ocurra pediros un zumo de naranja o cosas por el estilo allí arriba. Patxi cometió la osadía y le encasquetaron una lata caducada en el 2011. ¡Con fundamento que diría Arguiñaño!
Patrick, el guarda del refu nos deleita con una cena 4 estrellas: una sopa en la que uno podía encontrar cualquier cosa en su interior y con más avecrem que la fábrica de Gallina Blanca, y unos macarrones con una salsa en la que flotaban unos trozos que podían pasar como ternera.
Estaba todo tan rico…, teníamos tanta hambre, que hasta repetimos.
Para acabar la jornada, Patrick saca la guitarra y nos toca unas cuantas cancioncillas, que acabamos de destrozar acompañando a los coros, antes de que Francesc se ponga manos a la obra y se arranque él también. Un poco de juerga y nos vamos al saco, que mañana a las 6 hay que arrancar.
Día 2
El vino del refu y los tapones nos ayudan a soportar los ronquidos que pueblan los rincones oscuros de nuestra habitación; y tras un rico desayuno de pan reciclado y mantequilla caducada (aunque solo del año pasado), nos ponemos en marcha.
Aunque nada más salir del refu ya hay nieve, de momento no nos calzamos los grampones, pues la traza está muy marcada y se puede flanquear sin problemas con las botas, aunque un resbalón te llevaría directo al fondo del cañón en plan Portaventura.
Ascendemos paulatinamente hasta un punto en el que decidimos ya ponernos el material, pues la nieve está algo más dura y la caída es más fea. Con la seguridad de los grampones avanzamos rápidamente.
La subida es durilla, pero no tiene ninguna complicación técnica, por lo que pala a pala ganamos altura hasta que llegamos al coll, desde donde ya podemos ver la cruz.
Un último empujón y llegamos a la corta y fácil cresta que nos deja en la cima. Aunque no es complicada, es mejor dejar el material y los palos abajo, pues ayuda mucho tener las manos libres en algunos pasos.
Del lado catalán sopla un viento del copón y vienen unas nubes negras, negras, por lo que hacemos las fotos de rigor e iniciamos el descenso. Desde el coll se puede alcanzar con facilidad el Pic Verdaguer y algún otro más, pero nosotros vamos mal de tiempo y la meteo no está clara, por lo que bajamos para el refu.
Al bajar tomas conciencia de la inclinación de alguna de las palas, que no es moco de pavo.
Llegamos al refu con amenza de lluvia, así que comemos algo y dejamos las sobras de pan para que el buen Patrick las recicle y tras recoger tiramos para el coche.
A medida que bajamos el tiempo mejora y agradecemos llegar al bosque, pues el calor pega de nuevo a saco. La bajada se hace agotadora, sobretodo el tramo final en el que ya la rodilla se me carga y me duele bastante. Por fin llego al parking pidiendo una prótesis, como diría Jan…, ¡jodido pero contento!