NZ 2013 – Día 7: Los Catlins I

Ficha 

 Km inicial: 1304   Km final: 1512     Trayecto: 208 km

Salimos de Portobello con dirección a los Catlins, una de las zonas más abruptas y despobladas  de NZ, y al que la guía no le dedica más que media página. A mí me pareció un lugar ideal para perderse durante un par de días.

Empezamos por Kaka Point, que pese a que su nombre en castellano tiene mala leche, pues resulta ser un pueblito costero muy bonito, con una preciosa línea de mar cubierta de pequeñas formaciones rocosas.

Llegamos al Nugget Point, un faro situado en el punto más septentrional de Los Catlins con unas vistas impresionantes y un pequeño faro que avisaba a los barcos de las formaciones rocosas (the nuggets) que hay en frente.

Volvemos sobre nuestros pasos hasta la Roaring Bay, donde según el guión, tenía que haber leones marinos, focas y donde tiene su residencia una pequeña colonia de pingüinos azules que, como de costumbre, pillamos de picos pardos en alta mar y que por supuesto no aparece por allí.

Seguimos nuestro viaje entre verdes colinas, ovejas (descarriadas y encauzadas) y carreteras sin asfaltar, a ver dos bahías en las que es posible que veamos más leones marinos: la Cannibal Bay y la Surat Bay.

La primera es un pequeño recodo relativamente bonito y en la que no hay nada de interés en cuanto a fauna.
Seguimos hasta la Surat Bay, una larga ensenada que se forma en la desembocadura del río  Owaka, llamada así por el hundimiento del velero «Surat» el día de Año Nuevo de 1874.

Avanzamos por la orilla, aparentemente está desierta, sin ver nada que nos llame la atención hasta que pensamos darnos la vuelta, pero un último vistazo por los prismáticos nos muestran a lo lejos una pareja de focas o leones marinos que juegan en la orilla.

Caminamos hacia ellos aunque están lejos. Dejamos de verlos al meterse en el agua y desaparecer mar adentro y volvemos a pensar en volver cuando un bulto sospechoso nos llama la atención; ¡es un león marino echándose la siesta!
Nos acercamos mucho (demasiado) y nos lo pasamos teta grabando y fotografiando al imponente animal que, disimuladamente, nos vigila con el rabillo del ojo sin perder de vista a ninguno de los cuatro. En un instante, se levanta y podemos verlo en todo su esplendor; la verdad es que tiene cara de viejete.

Cuando nos cansamos de observarlo, nos volvemos a la caravana (con la tontería ha sido un buen pateo) y ponemos rumbo hacia las cascadas  Purakauni, donde llegamos al caer la oscuridad.

Estamos solos en un parking desierto (más de lo normal hasta ahora) y la imaginación empieza a traicionarnos con todas las películas teenager de terror que hemos visto. Así que como buen grupo de jovenzuelos incautos, en vez de quedarnos tranquilitos en casita, pues nos vamos a ver las cascadas de noche, con los frontales.
Están a cinco minutos andando y, a la ténue luz del anochecer, no parecen gran cosa…
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