Una vez llegamos a la ciudad, se acabó la paz de días anteriores. Queenstown es un hervidero de esquiadores y turistas que vienen atraídos por las múltiples posibilidades para la práctica de deportes de invierno y aventura, además de la marcha propia de la ciudad. El contraste con lo vivido hasta ahora es grande y un poco chocante.
Tras instalarnos en el camping que encontramos de chiripa mientras estábamos perdidos por la city (luego descubrimos que era muy caro y que además había un Top 10 a 200 m) nos vamos al «Kiwi birdlife center», para poder ver estas raras aves aunque sea en cautividad.
Pese al sablazo (21 NZ$ por barba) disfrutamos como enanos viendo a una pareja de kiwis en su programada hora de cenar. La verdad es que es un bicho de la más gracioso, con esa sensación de extraña torpeza e indefensión al carecer de alas. Mala suerte, no nos dejan ni filmar, ni tomar fotos.
![]() |
Brown Kiwi (foto de internet) |
Entre los cuatro recomponemos como podemos las explicaciones de la cuidadora, en su complejo y rápido inglés. Antes de la humanización de NZ, se estima que había como diez millones de kiwis en libertad. Actualmente quedan sólo unos setenta mil, amenazados por el hombre y los depredadores introducidos en la isla, además de mascotas carnívoras como perros y gatos.
Salimos del centro y paseamos un rato por tiendas de ropa deportiva, souvenirs, pubs y restaurantes en medio de un bullicio incesante.
![]() |
Lo mejor de Queenstown, el super. ¡Viva la birra! |
Mañana más…