Ficha técnica: Distancia: 20.18 km Desnivel de subida: 750 m Desnivel de bajada: 633 m Dificultad: media
Hay veces que se nos va la pinza y hay que reconocerlo. Nos va la marcha y prueba de ello es que nos lanzamos al monte con un par de cantimploras en plena ola de calor para continuar nuestro periplo tras los pasos del último cátaro. En esta ocasión la etapa nos lleva desde La Seu hasta Castellbò: 20 km a 40ºC a la sombra, ideal para caminar.
La cosa empieza bien, con prados verdes y postales instagramers con el cereal como protagonista. Pasito a pasito llegamos a Anserrall, donde ya bien temprano aprovechamos para remojarnos en una fuentecilla, y es que el calor empieza a apretar de verdad.
Desde el pueblo nos llevan de visita cultural al monasterio de Sant Serni de Tavèrnoles (para que luego digáis que sólo nos interesa la cerveza), por un bonito camino de ortigas que hace las delicias de aquellos que llevan pantalones cortos. Ya sabéis que la ortiga estimula la circulación sanguínea (y la mala hostia); así que no os podéis quejar: cultura, terapias naturales….
He de decir que nunca he visto tanto interés por la explicación que nos estaban dando, pero quizás que dentro se estaba fresquito y fuera el sol ya daba puñetazos, nos hizo enfervorizar. A mí se me saltaban las lágrimas al salir de tan memorable monumento, y es que el contraste de luz, cegaba. A temperatura apta para el ser humano, hay que admitir que la edificación es muy bonita.
Seguimos caminando y empezamos nuestra transformación en oveja merina: cada vez que la ocasión lo permite buscamos una encina para poder dejarnos caer bajo su sombra. El calor empieza a ser duro de verdad, y los que todavía no hemos aprendido de la técnica de la botellita de hielo para mezclar con el agua, nos tenemos que conformar con la sopa que llevamos en la mochila.
A partir de aquí tengo un vago recuerdo de los 15 km que nos separan de nuestro destino. El camino es monótono y falto de interés, y también bastante feo, y nos arrastramos paso a paso por un paisaje de bosque bajo de encinas y algún que otro pino despistado, anclados en un suelo de pizarra grisácea sin una brizna de hierba que le dé un toque de color. Una única idea invade la neurona de mi cerebro…
Los 750 m de desnivel y el mediodía se encargan de amenizar la caminata con varias pájaras que dejan a más de uno por el suelo y a Patxi repartiendo sustancias sospechosas, de alta demanda en las noches locas de zonas como Magaluf e Ibiza. Lo cierto es que funciona y logran que la gente se levante y siga caminando; aunque no estoy muy seguro de los efectos a largo plazo.
Tras la tortuosa travesía, por fin vemos el fin a nuestras desdichas y, mientras miramos al borde de la histeria la piscina de la derecha, nos acercamos a nuestra meta con una sola idea en nuestra cabeza, la cual se presagia como única tabla de salvación posible…
Una vez hidratados y tras dejar la plaza de la fuente de aquella manera, con tanto remojón, nos integramos en el entorno, e incluso alguno llega a hacer nuevos amigos (aunque lo que realmente quiera es comerse el helado de Isidro).