Ficha
Recorrido y distancia
Hípica Auzat (Gaec Reconnu du Roc) a Tarascon-sur-Ariège
Distancia: 20,36 km
Desnivel acumulado
Subida: 140 metros
Baijada: 463 metros
Dificultat
Media-Baja
Bueno, por fin la idea de darle orujo de hierbas mezclado con la leche a Asier en el desayuno dio sus frutos y, por esta vez, la noche anterior a la salida no tuvimos que ir de urgencias al médico ni nos había pegado un trancazo de caballo. Así que no había excusa alguna para escaparnos de la salida de senderos.
Después de madrugar más que un panadero de los de antes, nos dirigimos felices y contentos dormidos y gruñones a la parada del bus, donde nos esperan todas las horas del mundo hasta llegar a nuestro destino.
Una vez, el hecho de tener la barriga llena y el espectaculo que empieza a abrirse ante nuestros ojos nos hace pasar el cabreo de la alarma del despertador, y empezamos a caminar con el semblante decidido de aquel que sabe que no habrá cerveza hasta que lleguemos a nuestro destino.
La etapa es sencilla, pues apenas hay desnivel y el paisaje del Pirineo francés no puede ser catalogado más que como impresionante. Además la zona es húmeda y la primavera está en pleno apogeo, por lo que todo esta verde y florido. Un asco de bonito, vaya.
La mayor parte del camino discurre cerca del río, lo que nos permite ver postales casi continuamente.
De tanto en tanto, algún paso al que hay que prestar un poco más de atención nos obliga a despertarnos mientras caminamos.
Pero poca cosa a resaltar salvo la belleza de los paisajes y los hermosos pueblos de montaña franceses, que se sabe que son franceses por no haber ni un puñetero bar en ninguno de ellos.
Qué se le puede pedir a un pueblo que tiene como lema: Liberté, égalité, fraternité. Habría que hacer un referéndum para que cambiaran el lema por: Queso, jamón, vino. Mi voto a quien lo lleve en su programa electoral.
Ya que no podemos deleitarnos con unas birras, nos deleitaremos con unas flores. No es lo mismo, pero bueno.
En uno de los reagrupamientos, observamos un ejemplar de largarto verde occidental (Lacerta bilineata), hecho por el que ya vale la pena pegarse las seis horas de bus y el madrugón. Todo un espectáculo.
La facilidad del camino nos hace avanzar rápidamente, por lo que llegamos a una hora más que decente a comer y tras pasar por una pista (en teoría cerrada), una ámplia peña nos dirige hasta Tarascon, lugar en el que el prometido bar nos espera.
Al llegar al pueblo nos sorprenden unos enormes cerezos, con una cantidad de jugosas y rojas cerezas en sus ramas, a las que parece que los autóctonos no hacen mucho caso. La cabra tira pa’l monte y algunos no pueden resistir la tentación de ayudar a nuestros vecinos a que no se le pase la fruta en el árbol.
Un lugareño se ríe, resultando ser un compatriota residente en el lugar, que dicta setencia: «Aquí reconocemos a los españoles porque son los únicos que se roban las cerezas». Tierra trágame… ¡pero yo ya me las he comido!
Después de tan simpático percance y tras recuperar fuerzas, nos dirigimos al autobús que nos llevará a nuestra tierra, donde robar cerezas es algo que enseñamos a los niños para que aprendan las bases de la política.
Pero Dios castiga, y nuestras ofensas se llevan su reprimenda: antes de cruzar la frontera el bus se estropea y tenemos que esperar un rato a que nos recojan y nos lleven de vuelta a nuestro hogar, dulce hogar.
Foto que me recuerda a….