En nuestro segundo día en La Ciudad de la Luz seguimos pateando sin piedad sus zonas más emblemáticas. Salimos del metro y bajamos por los Jardines del Trocadero hasta llegar a su monumento más conocido: la Torre Eiffel, construida para la Exposición Universal de París de 1889.
Pese a la controversia inicial por ser considerada en su época una especie de monstruosidad de hierro sin mucho sentido por muchos artistas, se ha convertido sin duda en el emblema de París, es la estructura más alta de la ciudad (durante 41 años lo fue de todo el mundo) y el monumento que cobra entrada más visitado del mundo (y eso sin salir en la serie de Juego de Tronos).
A mí, particularmente, siempre me ha fascinado este mastodonte de metal. ¡Hay que ver lo que hacemos los mecánicos!
Seguimos nuestra ruta por los bonitos, relajantes y largos Champs de Mars, un gigantesco jardín algo soso desde el suelo, pero realmente bonito desde las alturas. Poquito a poquito pasamos por el Palacio de los Inválidos, el Palacio Luxemburgo y el Panteón, para acabar totalmente agotados y sedientos en la Plaza de la Bastilla.
El lugar donde se erigió la Bastilla Saint-Antoine, la fortaleza/prisión símbolo de la Revolución Francesa, y que el devenir del tiempo ha transformado en una plaza bastante insulsa con la Columna de Julio y su Genio de la Libertad, bajo la cual yacen los restos de más de 700 personas que murieron en las jornadas revolucionarias de 1830 y 1848.
Para acabar el día, decidimos ir a tomar una cerveza artesana a uno de los establecimientos referentes de esta bebida en la ciudad, pero eso será otra historia que se contará en otra parte…