Empezamos nuestra jornada en Le Havre, una ciudad que es Patrimonio de la Humanidad por su peculiar arquitectura. Tras la guerra, el arquitecto Auguste Perret fue el elegido para reconstruir una ciudad destrozada y dar cobijo a 80.000 personas en un tiempo récord y con recursos más que limitados. De esa necesidad surge Le Havre y su clasicismo estructural.
Pese a ese reconocimiento, pasear por Le Havre resulta un tanto anodino. No vamos a discutir que la obra de Perret fuese una hazaña en aquellos tiempos, pero visualmente el resultado no es para nada espectacular. Aunque ésto, como todo, sea más que discutible.
El hecho es que a nosotros no nos gustó demasiado y, tras un paseo no muy largo, pronto nos cansamos de las cuadriculadas edificaciones de hormigón armado, tan parecidas las unas a las otras.
Intentamos ir a los jardines colgantes, pero aunque ya no tengo muy claro si lo conseguimos o no, la verdad es que tampoco guardo ningún recuerdo especialmente de ello, por lo que imagino que tampoco nos impactó.
Algo desilusionados, decidimos partir hacia el Châteu de Tancarville, pero al llegar al lugar nos encontramos que el camino estaba cerrado. En el pueblo nos contaron que lo había comprado recientemente un futbolista y que lo estaba rehabilitando, de ahí que estuviese cerrado al público.
Ya llevamos dos.
Seguimos nuestro periplo y pasamos por el Châteu de Etelan, un precioso palacete de los que tanto abundan por la zona y que no dejan de ser hermosos por muchos que visites.
No entramos dentro, pero la vista exterior bien vale la pena: 2- 1.
Finalmente, de camino al camping, paramos en la Abadía de St. Georges de que, como no podía ser de otra manera, ya estaba cerrada. Cosa que sabíamos de antemano, por lo que tampoco nos podemos quejar.
Así que podemos decir que el resultado final es de empate a dos.