Dejamos París para avanzar en nuestro viaje hacia tierras normandas, pero antes de seguir hacemos una pequeña parada: Versalles.
Nuestra intención es llegar a nuestro destino con tiempo para montar el campamento y poder dar un paseo por Lyons la Forêt, lo que hace incompatible perder todo el día en la cola para ver el palacio. Así que nos dedicamos a pasear un rato por sus bonitos jardines antes de retomar carretera.
Y tras disfrutar de la visita a los jardines, dejamos atrás la ingente cola que crece minuto a minuto para poder llegar a las puertas de Versalles, y buscamos lugares más tranquilos donde poder disfrutar del hermoso paisaje normando, e instalamos nuestro primer campamento próximo a Rouen.
Una vez acondicionada nuestra estancia, salimos para poder pasear por Lyons la Forêt, una pequeña aldea que se ha mantenido en el tiempo como un ejemplo de poblado típico de la Alta Normandía.
El lugar es más que tranquilo y sus hermosas calles floridas son un respiro tras los días en la capital francesa y sus concurridos atractivos.
El centro de la villa lo ocupa la plaza, imperturbable desde el s. XVII, coronada por un magnífico y fotogénico mercado cubierto
Otro de los grandes atractivos de la ciudad es que también enamoró al compositor Maurice Ravel, donde tenía una casa en la que buscaba inspiración para sus obras.
Nos perdemos por sus callejuelas, contemplando sus bonitas casas y sus adornos florales.
Cae la tarde y empieza a ser hora de volver al campamento, pero antes intentamos hacer una visita de última hora a la abadía de Mortemer. Pero en lo que será una constante en todo el viaje por tierras galas, nuestros horarios no se ajustan con los del resto del mundo y, como no, encontramos el lugar cerrado a cal y canto.
Con cierta resignación volvemos a la carretera, a contemplar una de las postales que más vamos a poder disfrutar a lo largo de todo nuestro viaje: los campos de cereal bañados en oro por el sol del atardecer. ¡Sin duda todo un deleite para el viajero!