Sí, vale… Venecia no está en los balcanes… Pero entre los cambios que han supuesto la llegada de nuestra querida caravana al hogar, uno de ellos ha sido la forma de planificar los viajes, ya no tan centrados en la visita de un país en concreto, sino en hacer ruta con origen y final en casa.
Nuestra idea en estas vacaciones era pasar por tres países: Eslovenia, Croacia y Bosnia i Herzegovina. El camino hasta allí, nos brindaba la oportunidad de ver una de las ciudades más peculiares de Europa por su exquisita arquitectura: Venecia.
Esta era la segunda ocasión en que yo la visitaba, la primera por temas laborales y en octubre o noviembre creo recordar, y ya me pareció una ciudad espectacular. La pena es que Venecia, en agosto, alberga una ingente cantidad de turistas, sólo superados en número por los molestos mosquitos. Pero éste es un precio que debemos pagar aquellos que, de momento, sólo podemos viajar en los meses veraniegos. Aún en estas condiciones, Venecia es una ciudad que enamora.
Dejamos nuestra caravana en el Camping Serenissima, a pocos kilómetros del centro y cogemos el autobús que tras una alocada carrera, y por un módico precio, nos deja en la entrada al centro de la ciudad.
Conseguir un mapa del centro es fácil, pero no perderse en el intrincado laberinto de sus mil y una callejas resulta casi imposible, así que lo mejor es olvidarse de ello y simplemente seguir las indicaciones para llegar a sus dos mayores atractivos: el Puente de Rialto y la Plaza San Marcos. Lo más probable es que aún siguiendo en todo momento las diversas flechas que apuntan a ambas localizaciones, uno acabe por recorrer la mitad de su centro (declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco) sin quererlo.
No teníamos intención de visitar las islas de la laguna que atraen también a un gran número de turistas, como Burano o Murano, por lo que nos dedicamos a caminar sin prisas, haciendo algún que otro alto en el camino para reponer fuerzas con el bocado insignia de Italia: la pizza.
Otra de las estampas de la ciudad son sin duda las máscaras y los gondoleros surcando los canales en sus esbeltas embarcaciones. Algunas de las tiendas muestran las fantásticas creaciones que ocultan los rostros en sus afamados carnavales; las artesanas son caras, pero realmente preciosas.
En cuanto a los gondoleros, los hay por doquier y por el módico precio de 80 € (para un máximo de 6 personas) te darán un paseo a prueba de estómagos sensibles. Sin duda siguen siendo la imagen más tradicional y pintoresca de la ciudad.
Y, tras un largo recorrido y un cierto esfuerzo, logramos llegar a la Plaza de Roma, límite de la zona peatonal con el tráfico rodado y donde cogemos el autobús de vuelta para el camping. Al día siguiente, ya con un pequeño tramo en coche, entraremos en Eslovenia, primero de los países por los que nos lleva nuestra ruta.